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martes, 10 de mayo de 2011

El enano del espejo refleja la grandeza comprimida.

Él es así, se pasa las horas jugando y jugando en su habitación. Además no necesita mucho para entretenerse, el simple avión de hojalata que su abuelo le regaló es la mayor de sus pasiones. Corre en círculos simulando que ese pequeño artilugio es la mayor de las máquinas de guerra. Se sube a la cama emocionado y salta hacia el suelo, el avión cae en picado pero consigue enderezarse antes de estamparse contra la superficie. Ha sido una gran hazaña, una gran maniobra, ha sido la mejor de las estrategias para un piloto de su calibre. Porque piloto es el sueño de aquel niño. Piloto de combate, para poder realizar piruetas inimaginables al ojo humano. 


Los sueños, esas pequeñas motivaciones del ser humano que persigue para alcanzar la grandeza. Porque un sueño es un reto, y cada uno vive de los retos que se propone. El niño todavía no sabe qué será de su vida, ni siquiera se lo plantea. Sin embargo tiene una cosa muy clara: le encantan los aviones porque vuelan, porque es algo que el hombre nunca podrá hacer por sí mismo. Porque quiere llegar hasta las nubes, para luego poder bajar y decir que ha estado allí de visita. Toda esa fantasía la transmite mientras lleva de un lado al otro de la habitación ese pequeños símbolo de su objetivo, un simple avión de juguete. No tiene preocupaciones, no conoce la vida real, porque él es pequeño y debe disfrutar de su infancia. Pero algún día se dará cuenta de que el avión que sostiene en sus manos se le queda pequeño, y que necesitará estar dentro de uno grande, enorme, inmenso. Es ese día cuando el niño intentará hacer de su juego una realidad. Muchos le dirán que ser piloto es muy difícil, que no todo el mundo lo consigue y que desde luego necesita sacrificar mucho. Otros le dirán que adelante, que es lo que debe hacer porque si es lo que quiere tiene que hacerlo. Él será el único capaz de decidir lo que le deparará.


De pronto su madre entró en la habitación. Le dijo que llevaba media hora llamándole para comer y que si estaba sordo. El niño se quedó paralizado ante el enfado de su madre. Había estado ausente haciendo esas piruetas inimaginables, no se había enterado de nada. Su madre, le quitó con cuidado el avión de las manos y le dijo que bajara con ella. Al niño no le importó, sabía que podría volver a cogerlo luego. Esta vez era hora de comer. Una cosa está clara, cualquiera nos puede quitar lo que tenemos. Pero nadie nos puede quitar lo que soñamos. Y el niño soñaba con ser piloto. El avión no estaba en sus manos, pero sí la idea de volver a cogerlo, de volver a jugar, de volver a soñar.


Mientras salían de la habitación, pasaron por el espejo del pasillo, ese que siempre había estado ahí. Un espejo de cuerpo entero, se paró en seco y se miró. Su madre se giró extrañada. Sonrió. Le dijo que ya estaba muy grande. Era mentira, son esas mentirijillas que los adultos dicen a los niños para que sean felices, siempre les gusta. Sin embargo no era del todo incierto. Quizá no fuese grande por fuera. Pero era grande por dentro. Porque aquel enano del espejo, refleja la grandeza comprimida. 

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