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lunes, 23 de mayo de 2011

Destellos lunares para personas terrestres

El ermitaño estaba sentado sobre la roca dura contemplando el atardecer mientras fumaba una pipa de buen tabaco habano. La brisa de aquel día era perfecta. Suave. Cariñosa. Después de unas cuantas caladas que salían de la boca en forma de aros efímeros se preguntó si esa vida era la que realmente quería llevar. Él estaba solo, y tenía todo el tiempo para meditar y reflexionar. Sin embargo aquella soledad a veces otorgaba demasiada presión sobre él, a veces no era un regalo si no un castigo. Inspiró de nuevo de aquella pipa, esta vez de forma más prolongada y pausada. El humo le pasó por el esófago hasta llegar a los pulmones y revolotear allí dentro. Expiró, soltó con los ojos cerrados la calada que acababa de iniciar instantes antes. Ese era su único amigo, el tabaco. 

"No estás solo". Se oyó una voz, parecía de mujer, y parecía dirigirse a él. Miró en derredor con giros bruscos de cabeza. No vio ninguna mujer, no vio nada. Pero aquella voz le volvió a decir lo mismo. No estaba solo, pero no veía a nadie. De pronto se percató de que apenas quedaba luz del sol y que la Luna cada vez brillaba más. Se quedó mirando fijamente hacia aquella esfera de plata. Su luz iluminaba apenas el maizal de delante. Su luz, blanca como la nieve, dejaba una ambiente frío en aquel territorio árido. Embobado siguió mirando la Luna, la luz era cada vez más fuerte. Tanto, que tuvo que posar su antebrazo sobre sus ojos para evitar mirar directamente hacia aquel haz luminoso. Cuando llevaba un rato con los ojos tapados decidió que era hora de echar un vistazo a lo que ahí estaba ocurriendo. Lentamente, apartó el brazo de su campo de visión y abrió la boca como respuesta a lo que delante se le presentaba. Parecía un fantasma, pero sabía que no lo era. Una mujer, preciosa, levitaba delante de sus ojos. Una mujer con un vestido blanco. Ahí estaba, suspendida en el aire como si en lugar de eso hubiese agua. Sus cabellos flotaban, su vestido ondulaba.

- Estoy contigo, hoy sí - El ermitaño no daba crédito a lo que estaba presenciando. No sabía que estaba ocurriendo delante de sus ojos.
- ¿Quién eres? - preguntó titubeando.
- Soy la Luna, y no está solo - repitió una vez más.

Sin embargo, el ermitaño sabía que eso era mentira. La Luna no podía hablar, la Luna no tenía forma de mujer, la Luna está a miles y miles de kilómetros. Pero aquella mujer de blanco descendió hasta sentarse a su lado. El hombre, asustado dejó caer su pipa e hizo unos movimientos bruscos para intentar levantarse.

- ¿De qué tienes miedo? - dijo aquella voz tan dulce - No soy enemigo, no voy a hacerte daño. ¿Qué podría hacerte yo? - añadió.
- ¿Eres la Luna de verdad?
- Sí, la Luna soy y para estar contigo he venido.
- ¿Por qué hoy? - el ermitaño cada vez estaba más asustado.
- Sólo puedo bajar cuando me ves en mi totalidad, sólo en Luna llena - la mujer que decía ser la Luna cada vez parecía más humana.
- ¿Por qué no apareciste antes? - se extrañó aquel hombre.
- No me lo habías pedido. Hoy tu sentimiento de soledad buscaba un acompañante, hoy pudiste verme y lo deseaste. Destino o casualidad aquí estoy. Te acompaño hasta que la luz del sol me tape.

Todo aquello parecía ser un sueño, seguro que era irreal, no podía estar pasando. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Más allá de nuestro diminuto planeta hay una vida paralela? Los planetas están vivos, las constelaciones, las estrellas, los satélites, la Luna. Todo eso era imposible, él estaba solo, y nada más. Puede que aquel tabaco no le hubiese sentado del todo bien. Puede que hubiese algo más que tabaco y fuese aquello lo que le produjese esas alucinaciones.

- No debes tener miedo. No estás solo, siempre que quieras puedes llamarme, siempre que sea Luna llena, estaré contigo porque yo te observo y tu me observas. Porque no estás solo - dijo la mujer de blanco.
- No puedo creerlo, ¿realmente esto está ocurriendo? - la cara de ese hombre reflejaba su incredulidad.

Cuando se convenció, el ermitaño se sentó a su lado. Hablaron durante toda la noche. Se dio cuenta de que la soledad se elige, y de que uno está solo cuando quiere y porque quiere. Sin embargo, aun estando solos sabemos que tenemos a alguien esperando en algún lugar, no sólo del planeta, sino del universo. Porque el universo tiene vida, las estrellas son nuestros sueños y el sol nuestro guía. Nadie está solo, todos estamos acompañados. Aquella noche el ermitaño no estuvo solo, aquella noche, la preciosa Luna le acompañó. Aquella noche fue de reflexión y de vivencias. Porque todos tenemos acompañantes. Sólo debes saber quiénes son, pues la vida es demasiado corta para vivirla solo. Porque si tu quieres, hasta la Luna puede ser tu más preciada amiga.

Ilustración: Nacho Subirats Morate.

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